martes, 13 de abril de 2010

CRÍTICAS


El príncipe de los infiernos/Robert McCammon
El autor de esta novela fue considerado, a
principios de los años 80, como uno de los
herederos naturales de la narrativa de
Stephen King, por los menos hasta que decidió
renegar de su condición de autor de Best-sellers
de terror.
Esta es la primera novela que escribió, aún muy joven,
y aunque en mi opinión no está, ni mucho menos, al nivel
de las mejores novelas de King, es un buen punto de partida
para una carrera literaria de clara inclinación comercial.
El argumento es perturbador aunque no muy original; Mary
Kate, una humilde camarera, es víctima de una violación
perpetrada por un extraño ser que, con su contacto le
produce quemaduras en todo el cuerpo. Nueve meses después,
entre los recelos de su marido, Mary Kare da a luz a un
niño al que llaman Jeffrey. El niño, desde ese momento,
sólo provoca desgracias y maldades, y después de acabar
con sus padres, provocando un enfrentamiento entre ellos,
es mandado a un orfanato gestionado por una orden religiosa.
En la segunda parte, allí, el muchacho acaba de formar su
maligno carácter y desarrolla unos extraños poderes que
subyugan a todas las personas que le rodean. Se cambia
el nombre y se hace llamar Baal, nombre de un ángel caído,
acólito de Satanás, cuya mayor afición era el sacrificio
ritual de niños.
En la tercera parte encontramos a Baal, unos años después,
en Oriente Medio como mesías de una nueva religión que
siembra la bajeza moral y la destrucción allá donde va.
James Virga, una anciano catedrático de teología, Michael,
el hombre que mejor conoce a Baal y Ryan Zark, un extraño
hombre que es considerado un chamán por los esquimales de
Groenlandia, serán los encargados de enfrentarse a esta
terrible reencarnación del diablo.
La novela está escrita en una prosa ágil y precisa, y
su desarrollo es entretenido y engancha al lector desde
el principio, pero también muestra algunos defectos
sintomáticos; los personajes no están muy bien dibujados y
están descritos con muy poca profundidad, sobre todo
psicológica; la tercera parte debería haber tenido más peso
en el conjunto de la novela que, para terminar, adolece de un
final ciertamente decepcionante.

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