martes, 2 de enero de 2018

CRÍTICA

El laberinto de los espíritus/ Carlos Ruiz Zafón
Esta es la última de las cuatro novelas que forman la tetralogía denominada El cementerio de los libros olvidados. La primera fue la exitosa y brillante La sombra del viento (2001) que abrió a su autor las puertas de la merecida fama , y a esta le siguieron El juego del ángel (2008) y El prisionero del cielo (2011), cada una con sus propios personajes (algunos comunes), sus propias historias y su propia personalidad, que permiten leerlas de forma autónoma y en el orden que se quiera sin alterar su coherencia y su comprensión por parte del lector.
El laberinto de los espíritus cierra pues este impresionante fresco sobre la Barcelona de la primera mitad del siglo XX, es decir, desde principios de la centuria hasta el año 1960, haciendo especial hincapié en la época de la posguerra española, período especialmente prolífico para la ambientación de ficciones literarias.
En este caso, Ruiz Zafón recupera como protagonistas a algunos de los personajes de La sombra del viento; la familia Sempere, en la figura de Daniel, y Fermín Romero de Torres vuelven a verse envueltos en una intriga que revelará la causa de la muerte de la madre del librero, Isabella, gracias a la ayuda de un personaje nuevo e inquietante, Alicia Gris. Creo que Ruiz Zafón, con el afán de zanjar temas abiertos en las otras novelas de la saga y dar solución  a todos los conflictos en marcha, se ve obligado a trabajar en esta narración con una cantidad excesiva de información lo que obliga al lector a hacer un sobre esfuerzo con el objetivo de relacionar a todos los personajes, para poder atar cabos y desentrañar la trama. En mi caso, tuve que consultar en diversas ocasiones las anteriores novelas para recordar algunos personajes que me clarificaron las diversas historias que se entrelazan. De todas maneras, hay que dar su parte del mérito al autor ya que el argumento está armado con la precisión de un reloj suizo y no deja ningún cabo suelto.
No deja de maravillarme la capacidad de Ruiz Zafón de crear, a través de las palabras, y más en concreto de sus descripciones, imágenes evocadoras que perduran en la mente del lector. También me sigue fascinando la facilidad con que crea personajes bien moldeados y con una profundidad psicológica envidiable con unos pocos trazos, aunque es verdad que a veces se deja llevar por los tópicos. El maravilloso personaje de Fermín Romero de Torres es, en mi opinión, un ejemplo de ambas cosas.
Durante la lectura de la novela he notado que, cada vez más, Ruiz Zafón está cultivando el lado irónico y humorístico en su estilo, incluso teniendo en cue
nta lo serios que son los temas que trata, un poco a la manera de Eduardo Mendoza aunque salvando las distancias. Un ejemplo claro de esta tendencia es el personaje de Virgilio, el funcionario de la Biblioteca nacional.
A pesar de que el mundo imaginario de Ruiz Zafón es muy identificable e incluso repetitivo, o quizás precisamente por eso, novela tras novela nos sigue fascinando y sorprendiendo con sus propuestas que siguen siendo las de una literatura apasionante, entretenida y que engancha, sin remedio.
Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, opino que El laberinto de los espíritus es un magnífico broche final a la saga de El cementerio de los libros olvidados. Una novela sobresaliente.

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