lunes, 26 de agosto de 2019

CRÍTICA

                                    El príncipe de la niebla/ Carlos Ruiz Zafón
Esta es la primera novela de Ruíz Zafón que fue publicada, y se nota. En realidad esta novela se publicó porque obtuvo el premio Edebé de novela juvenil en 1993 y así lo indicaban las bases de dicho galardón. A pesar de los defectos que se puedan encontrar durante la lectura de la obra, la mayoría de ellos debido a la inexperiencia del autor, hay que reconocer que ya encontramos aquí algunas de las virtudes de Ruíz Zafón como narrador: una imaginación desbordante y un ritmo narrativo vibrante.
En el verano de 1943, en plena II Guerra Mundial, la familia de Max Carver, un muchacho de 13 años, se traslada a una casa de la costa de Gran Bretaña huyendo de los bombardeos de la ciudad. La casa había sido habitada por la familia de un afamado médico que había perdido a su hijo Jacob en extrañas circunstancias. Max conoce en el pueblo a Ronald, un chico algo mayor que él con el que traba amistad y con el que aprende a bucear, pero lo que parece un veran idílico se transforma en una pesadilla por la aparición de Mr. Caín, un diabólico personaje que es capaz de hacer realidad cualquier deseo a cambio de un precio inasumible para la mayoría de seres humanos.
El argumento de la novela  no es que sea inverosímil, es que es absolutamente delirante, incluso teniendo en cuenta que podría definirse como una novela que mezcla el género fantástico y el terror. Podríamos decir que es un cruce entre Rebeca de Daphne du Maurier y It de Stephen King. Todo y con eso Ruíz Zafón tiene la increíble habilidad narrativa de conseguir que el lector no tenga en cuenta esta circunstancia y se sumerja en su obra sin más reparos que disfrutar de las aventuras de unos personajes que inevitablemente caen simpáticos y de un malvado que , aunque prototípico, es resultón.
Soy un gran admirador de la obra de Ruíz Zafón, que he leído prácticamente  en su totalidad, y debo decir que nunca había visto una evolución tan palpable e innegable como la que se ha producido entre sus primeras novelas, en teoría dirigidas al público juvenil y sus obras de madurez, eso sí, sin perder nunca sus señas de identidad reconocibles. Me parece que es un aspecto digno de estudio para cualquier aspirante a escritor.

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