Joseph Mitchell (Carolina del Norte, 1908-Nueva York, 1996) llegó a Nueva York en 1929, justo el día después del crack de la Bolsa, trabajó durante unos años como periodista de sucesos en algunos periódicos de la ciudad y en 1938 entró a formar parte de la mítica revista The New Yorker, donde trabajó hasta su jubilación. En esa legendaria redacción se erigió en uno de los grandes maestros del periodismo estadounidense y se especializó en el retrato literario (él los llamaba perfiles) de algunos de los personajes más peculiares de la ciudad, desde millonarios excéntricos o actores famosos, hasta artistas, mendigos o marineros de baja estofa.
Este volumen está formado por dos artículos que Mitchell publicó en la revista The New Yorker, el primero en 1942 y el segundo en 1964, sobre Joe Gould. Este era el hijo de una acaudalada familia de Massachussets, licenciado en Harvard, que en 1916 había decidido cambiar de vida radicalmente, desoyendo los consejos familiares, y marchar a Nueva York a vivir una vida bohemia con el objetivo final de escribir una obra monumental titulada Historia oral de nuestro tiempo, donde pretendía recoger miles de diálogos, biografías y hechos reales que según él serían representativos de la gente que habitaba en la Gran Manzana y, por extensión, de la condición humana en general.
Como era previsible, Gould acabó malviviendo de la mendicidad, durmiendo en la calle o en pensiones baratas y dependiendo de los donativos económicos que regularmente le hacían algunos artistas y escritores de Greenwich Village, que era donde pasaba la mayor parte de su tiempo. Varios autores conocidos, como Ezra Pound, E.E. Cummings o el propio Mitchell se interesaron por el proyecto literario de Gould y, cuando este murió, en 1957, ellos y otros amigos y conocidos suyos iniciaron la búsqueda de su descomunal manuscrito que él afirmaba haber escondido en diferentes lugares para que estuviera seguro. No desvelaré ahora el sorprendente final de la historia, pero sí que les diré que es una historia fascinante.
Esta es una de esas ocasiones en las que el periodismo de campo se convierte en gran literatura y nos muestra por qué Mitchell se convirtió en un referente para algunos representantes del Nuevo Periodismo americano, como Truman
Capote, Gay Talese o Tom Wolfe.
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