Metrolandia (1980) es la primera novela publicada de Julian Barnes (Leicester, Inglaterra, 1946) que luego ha desarrollado una larga y brillante carrera como escritor y ha sido reconocido con algunos de los más importantes galardones de las letras internacionales.
Seguramente, Metrolandia no es una de sus novelas más destacables pero nos muestra ya con claridad su idiosincrasia narrativa y deja claros vestigios de su talento. Podemos observar aquí trazas de su habilidad para los diálogos, de su afilado ingenio o de su tendencia al afrancesamiento cultural.
Barnes ha sido englobado en la mítica Generación Granta que se denominó así porque fueron incluidos en la selección de mejores escritores jóvenes británicos de 1983 de esta prestigiosa revista literaria. De ese grupo formaban parte también autores tan destacados como Martin Amis, Ian McEwan, Salman Rushdie, Kazuo Ishiguro o Graham Swift. Ahí es nada.
Esta es una novela de iniciación, narrada en primera persona por Christopher Lloyd, un adolescente de clase media alta que en la primera parte del libro, que ocurre en 1963, estudia en una elitista escuela en las afueras de Londres y comparte correrías con su inseparable amigo Toni, enfrentados ambos al mundo que les rodea, refugiándose en el arte y la literatura y despreciando a los burgueses y a los trabajadores acomodados que se cruzan en su camino.
En la segunda parte, que tiene lugar en París, en mayo de 1968, Christopher ya tiene 20 años y está preparando su tesis de final de carrera. Allí tendrá sus primeras experiencias amorosas serias y su personalidad empezará a sufrir cambios que él no creía posibles. Lo curioso de este segmento de la novela es que Barnes, a pesar de haber ambientado en París en una época tan destacable a nivel social y político, no hace ninguna mención de ello en el relato ni hace interactuar a su personaje con esta realidad.
La tercera parte tiene lugar diez años después y aquí encontramos a Christopher casado, con un hijo y viviendo en una bonita casa unifamiliar. Lleva una vida acomodada y burguesa, absolutamente contraria a sus ideales de juventud pero, a pesar de esto, se muestra condescendiente con su trayectoria vital y aparentemente feliz, por lo menos en apariencia.
En el aspecto narrativo, la novela no es arriesgada, innovadora ni técnicamente compleja pero está escrita en un estilo personal y bastante eficaz. Es cierto que en algunos pasajes parece que Barnes hace gala de una cierta superficialidad a la hora de tratar algunos temas que quizá merecían un tratamiento más profundo y puede dar la sensación de que algunas cosas quedan en el tintero porque el final me parece un poco abrupto.
De todas maneras, me parece una novela notable, tratándose de una opera prima.
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